La tragedia que sufre el pueblo japonés indica el alto riesgo del uso de la energía atómica para generar electricidad en grandes centrales, por ser una tecnología no controlada, toxica para el ser humano y lesiva al ambiente.
La creciente sensibilización y toma de conciencia en el tema ambiental, unido al auge del reconocimiento y protección efectiva de los derechos humanos, más una cadena de “accidentes” en diversas centrales, cuya referencia lo marca el tristemente caso Chernóbil; sensibilizaron a las sociedades acerca de los peligros de dicha tecnología. Todo ello ralentizó la carrera de centrales eléctricas atómicas, volviendo la vista hacia tecnologías tradicionales y alternativas, amigables al ambiente y al ser humano, como la eólica, hidráulica y los avances exponenciales en la energía solar.
El área de riesgo no se limita a la zona física de la planta sino que abarca muchos kilómetros y puede extenderse hasta cientos de kilómetros, dependiendo de los vientos que arrastren las nubes radiactivas (se ha planteado la posibilidad de que los residuos radiactivos liberados por las plantas niponas sean trasportados por las corrientes de aire hasta las costas del pacífico norteamericano).
Según estudios de expertos, si en Chernóbil se hubiese producido una segunda explosión, la radiación liberada habría dejado inhabitable grandes extensiones de Europa por varias décadas, riesgo latente en este momento en Japón y parte de Asia.
Este desastre japonés, no solo causa problemas en el país y en el continente, sino que podría convertirse en un problema mundial.
Además, como se ha constatado en Japón, el riesgo deviene no solo por su funcionamiento en si, sino que también puede derivarse de fenómenos naturales como un terremoto, inundación incendio etc.
En conclusión, todo sería cuestión de consultar a las personas, si por tener energía más barata, desean dormir con una “bomba atómica” al pie de su casa. Que si bien se asegura que una central no explotará igual, su poder radiactivo no tendría nada que envidiarle. Esas centrales nucleares constituyen literalmente sistemas inestables sostenidos a duras penas con equipos y procedimientos susceptibles a fallas, tanto por si mismos como por fenómenos y factores externos.
Esta tecnología no es descartable dentro otras variantes: que se consiga reducir a su mínima expresión la radiactividad como “desecho” del proceso o que exista una real crisis energética mundial, pues no quedaría más remedio.
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